El profeta oriental

Mi relación con los sueños es fuerte. Ayer por ejemplo, mientras yo decidí entregarme en los brazos de Morfeo como hace mucho no hacía, Pepe Mujica moría.
Me desperté, tome el celular automáticamente y lo primero que leí fue "Murio Mujica" y me quedé pensando. No entendí como eso repercutía en mí. La primera idea que me vino a hablar, fue la coincidencia: mientras yo descendí al oscuro mundo de oniria, él también, entraba a ese innombrable espacio liminal para no volver. Compartimos el espacio nocturno, donde las almas que reposan? quizás. Algo raro se movía en el bajo fondo de mi inconsciente colectivo.
Hoy a la mañana, dudé en ir o no. Seguía desconfiando sobre los efectos de su muerte en mi vida, pero estaba a dos cuadras de mi casa así que a la hora justa tuve el impulso, corrí y lo alcance. Su cuerpo estaba en una caja, ceremoniosa acompañada por personas comunes que caminábamos para despedirlo. Entonces ahí empezaron a venir las otras conexiones y preguntas.
Yo no lo conocí, fantaseaba con, pero no era necesario. Solo supe de él lo que me contaban. Gente que lo quería, gente que lo odiaba. Lo que se veía en la tele. Y algo que compartimos, que llevo conmigo a donde voy y es muy fácil de percibir, al menos para mí. No quiero decir que sea algo de "ser uruguaya", pero si tiene que ver con el mate, el buzo de lana, Manuela, el campo, el barro, el sufrimiento oscuro de una vida que recorrió un ciclo entero de éxitos y derrotas.
Más allá del fúsil que fueron sus palabras y sus actos, hubo siempre algo en su simpleza con lo que yo me reconocía. Y su persona siempre me hizo acordar a la pobreza de mi padre. Que es la de mi pueblo. La del Uruguay profundo, donde la gente vive con lo necesario. Un pueblo que padece perdido en el espacio y el tiempo, lleno de gente amable y generosa. Ese pueblo que se esta apagando, el lado humano del mundo que muere un poco cada día.
Como Pepe, yo tuve la fortuna de nacer en un país especial, pequeño, de techo bajo y casi asfixiante, homogéneo, sin catástrofes ni paisajes abruptos. Y como él, comparto la tragedia de nacer a las sombras de su luz. Por eso siempre entendí sus palabras claro y fuerte, porque fueron sembradas en los campos de este sur, de mi tierra, orgullosa, obstinada, aislada tanto como ignorada e ignorante. Algo de todo eso que es difícil de encontrar. Excepto acá.
Estoy segura que los uruguayos no entendimos muy bien lo que representa la humildad con la que nos supo representar y el hecho de que muy a pesar de lo que se esperaba de él como Presidente, no hizo mas que dejarnos bien parados hoy y para siempre como un pueblo progresista y pacifista que es capaz de perdonar, resurgir de lo mas hondo del pozo y pelear con lo que haga falta para cuidar esa paz que nos gusta llamar democracia.
Lo mas duro fue que al caminar junto a su cuerpo ya inhabitado me di cuenta que esa conexión ritual que me unía a él, en la profunda distancia de mi insignificancia, esa condición de aldeanos sombríos, irreverentes, simples, acababa de morir un poco con él.
Y a pesar de su incuestionable anacrónica, Pepe será cada vez mas recordado, al menos mientras la vida nos sostenga todavía, a los que seguimos acá y fuimos testigos de un tiempo en que hubo un hombre que vivía en la mas profunda humildad a pesar de todo.
Hoy la lucha es justamente, sostener sin avergonzarnos la tierra que llevamos los uruguayos, abajo de las uñas, la lucha es no tirar la lana rota, celebrar el mate, no olvidar al viejo ni la cachila. Hoy la lucha es no dejar que muera el amor. Amor a las flores, al suelo, al cielo, a la vida.
El amor ante todas las cosas.
Gracias Pepe.